Aguarico, Orellana.- Son las 13h00, un sol canicular que quema, si dejas la sombra, se siente el fogonazo, las aguas del río Napo han bajado su nivel y se puede apreciar desde el malecón de la ciudad de El Coca. Llega nuestra embarcación y es hora de subir, algo de temor por conocer una selva de la que poco se habla, pero que se la conoce más por la explotación petrolera.
Se enciende el motor de la lancha, único sistema de transporte que hay por esta zona. Dejamos la única ciudad que se enlaza con la “civilización” y ahora vamos al encuentro de otro mundo, aquel que muchos aprecian por su misterio y magia; atrás quedan las casas, los edificios y ese puente grande que conecta con otra población.
Pega el sol, el viento roza el rostro de quienes abordamos la singular y característica embarcación que surca el gran río Napo, lleno de grandes leyendas que asustan y otras que sorprenden, dicen que en el interior habitan seres reales y mitológicos, pero este maravilloso lugar es fuente de alimentación para las nacionalidades que se asientan en sus orillas.
Llevamos una hora de viaje, se puede apreciar toda la magia verde de la Amazonía, un largo río color marrón, tupidos árboles, variada flora y fauna. La paz se siente en el cielo, a los alrededores el agua es el sincronismo entre ese silencio y el paisaje, que solo es interrumpido por el ruido de los motores que nos empujan al lugar a nuestro destino.
De pronto, esa paz es interrumpida por el cruce de varias gabarras con camiones de combustibles y vehículos pequeños que son transportados en su interior, más adelante se aprecia un hotel flotante “parqueado” en pleno afluente. Dejamos atrás ese paisaje, luego nos encontramos con muelles y pequeños botes que fueron construidos por ciudadanos ecuatorianos que viven en la selva y son parte de nuestra geografía, pero apreciados, porque a pesar de esa realidad, ellos tienen años y hasta siglos asentados en esos territorios que son su casa grande.
Llevamos dos horas de viaje y los estragos de estar sentado se sienten, pequeños calambres, pero aun así la tranquilidad y la magia de la selva atrae, e invita a dejar por un momento la realidad y trasladarse a aquellos tiempos inmemoriales en los que Francisco de Orellana llegó a descubrir esas tierras.
Llegamos a un muelle y recogimos a una persona, se acerca un marino a pedir los documentos de la embarcación y como policía de tránsito interroga al conductor que responde cada una de las preguntas.
Retomamos nuestro recorrido, e iniciamos con el registro fotográfico de las maravillas que aparecen en nuestro camino. La lancha se cruza de un lugar a otro porque el piloto debe maniobrar en busca de las zonas más profundas, debido a que el río ha bajado su nivel y podríamos quedar atrapados en las piedras de los sedimentos del río.
El Napo es grande a lo largo y a sus costado, en la parte media se han formado islas pequeñas con frondosa naturaleza que es nido para muchas especies animales y vegetales.
Ya son tres horas de viaje, claro aparece la bendita hambre, sacamos entre los bolsillos un cake y una gaseosa que nos ofrecieron al embarcarnos; en el horizonte se observan unas nubes color gris, amenaza de lluvia, algo de temor se apodera de nosotros pues un aguacero en las aguas de los ríos amazónicos son de cuidado, empieza el goteo, se bajan las telas de la lona que sirve de techo del bote.
Finalmente luego de 10 minutos desaparece la amenaza de lluvia y el cielo se abre y vuelve el sol a recobrar su resplandor que quema. A los lejos se ve un grupo de lanchas que se sitúan en un muelle, en medio del río, una playa donde juegan un grupo de pequeños con un balón, son alrededor de las 17h00, y con voz baja por el cansancio, pregunto si ya llegamos a un pasajero que nos acompañó todo el viaje, sonriendo me responde “Aguarico, queda a una hora y media”, simplemente le dije a mi pensamiento no queda otra que seguir, luego una expresión que vino del conductor de la lancha me alegró “llegamos, gracias”, si es Tiputini”, habíamos llegado al Parque Nacional Yasuní, al pulmón del mundo, al lugar que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) declaró como “Biosfera del Planeta”. Cuatro horas de un hermoso recorrido, claro cansado, pero valió la pena, visitar el último rincón de la Patria, en plena zona intangible de la selva, eso es Aguarico.