Iconos de Ibarra recobran su historia y valor turístico

San Miguel de Ibarra, conocida como la “Ciudad Blanca” a la que siempre se vuelve, debido a la hospitalidad de su gente, es la capital de la provincia de Imbabura, la cual se caracteriza por sus múltiples atractivos turísticos naturales, patrimoniales y gastronómicos que se promueven desde el municipio local, con el fin de atraer a visitantes nacionales y extranjeros.

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Para potencializar esta actividad que mueve parte de la economía del cantón, en el 2015, el cabildo ibarreño realizó un estudio para determinar los íconos turísticos de la parte urbana de la ciudad. María Augusta Salazar, supervisora de turismo del municipio, indicó que fueron siete los lugares identificados, que inicia con el centro histórico de casas patrimoniales e iglesias relicarios del arte religioso, donde se puede admirar sus cúpulas, recorrer sus plazas, y detenerse en sus parques bajo la sombra de sus imponentes cocoteros y árboles de ceibo.

En gastronomía, Ibarra ofrece una variedad de platos entre ellos la exquisita fritada que se sirve acompañada de tortillas de papa y de los tradicionales helados de paila, que en sus inicios fueron elaborados con hielo del Cayambe, y que decir de las nogadas y del delicioso arrope.

La esquina del coco, narra sobre la refundación de Ibarra en el siglo XIX. Ahora ostenta una pequeña plazoleta, que incluye una escultura del entonces presidente Gabriel García Moreno, artífice de la reconstrucción de la urbe en 1872, tras el dantesco terremoto que sufrió la ciudad en 1868.

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Yahuarcocha, antigua deidad del agua y lugar de resistencia caranqui, se abre al turismo de vértigo, con su autódromo, apenas a 3 kilómetros de Ibarra; este sitio también ofrece espacios de diversión, hoteles y restaurantes que se complementan con los paseos en bote que permiten apreciar la riqueza natural del entorno. Mientras que en San Juan Calle y El Alpargate, sus casas con farolas y sus calles antiguas pero bien conservadas recuerdan el ayer; aquí nacieron las leyendas como la conocida Caja Ronca.

Finalmente, el Torreón, edificado por el arquitecto que construyó el Teatro Sucre de Quito, no es otra cosa que la fachada del teatro inconcluso de la ópera de Ibarra, que no pudo construirse porque la urbe necesitaba, a inicios del XX, un hospital, edificios públicos y hasta la cárcel. Y qué decir del tren, inaugurado en 1957, el largo sueño de los ibarreños por encontrar esa salida al mar. Ahora, desde una visión turística, el ferrocarril está más vivo que nunca.

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